lunes, 24 de marzo de 2014

Crítica: "El Gran Hotel Budapest"


Muchos esperaban con especial interés el nuevo trabajo del director Wes Anderson. Desde "Moonrise Kingdom" no habíamos vuelto a disfrutar de su peculiar forma de entender el cine. "El Gran Hotel Budapest" nos vuelve a encandilar con una estética demoledora, una banda sonora fascinante y un inteligente humor surrealista que despierta más de una sonrisa. Sin embargo, su estilo y su manera de contar historias sigue sin enamorarme aunque sea innegable el talento que derrocha cada una de sus obras.

"El Gran Hotel Budapest" desarrolla uno de los guiones más convencionales de la filmografía de Wes Anderson. En un país imaginario, aunque deliberadamente retratado para mostrar el período de entreguerras en Europa, Gustave H. (Ralph Fiennes) es un reputado conserje de uno de los grandes hoteles del continente. Tras la violenta muerte de una de sus clientas más queridas, es acusado de asesinato y perseguido por la familia de ésta. Acompañado de su fiel botones Zero (Tony Revolori), huirá en búsqueda de la verdad.

Como viene siendo habitual se rodea de un plantel de estrellas encabezado por Ralph Fiennes al que acompañan actores fetiche del director como Bill Murray, Jason Swartzman, Adrian Brody, Owen Wilson ó Eduard Norton. No podemos olvidar tampoco a la fantástica Tilda Swinton, el peculiar Willem Dafoe, el legendario Harvey Keitel ó el controvertido Jude Law.


Wes Anderson tiene la capacidad especial de dejarnos imágenes, escenas e incluso gags clavadas en nuestra retina durante mucho tiempo. Genera un universo particular que logra de manera casi natural que detectemos con claridad cuándo un proyecto tiene su marca. Esa virtud está al alcance de muy pocos como Pedro Almodóvar, Woody Allen ó Alexander Payne.

Una historia común, sin apenas originalidad, se convierte en una fantasía donde el surrealismo está más cercano a la realidad que la propia realidad. Sus referencias a clásicos son constantes, pero sin copiarlos, dejando que el espectador detecte sutilmente ese homenaje.

Pero como os decía al principio, si bien valoro su inconfundible forma de hacer cine, sigo sin llegar a enamorarme. Alabo sus movimientos de cámara, su maravillosa estética e incluso la excentricidad de sus personajes, pero me cuesta ser partícipe de la historia. Entiendo la devoción de sus seguidores, pero no me cuento entre uno de ellos.

Premiada en el pasado Festival de Berlín con el Gran Premio del Jurado, agradecemos una vez más a Sensacine por contar con nosotros para su primer gran preestreno del año. No defraudará a los que esperan con emoción el nuevo trabajo de Wes Anderson, posiblemente el mejor de los últimos años. 



José Daniel Díaz

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