lunes, 27 de febrero de 2017

Crítica: "Land of mine (Bajo la arena)"

Siempre lo digo pero es cierto. La Segunda Guerra Mundial nunca dejará de sorprendernos. La capacidad que tuvo ese conflicto para sacar lo peor de nosotros mismos demuestra una vez más que nos encontramos ante uno de los capítulos más oscuros de la Historia de la humanidad. Nos habíamos acostumbrado al dolor que infringieron los nazis en esos terribles años pero descubrir esa misma capacidad de tortura en el bando de los aliados genera una tremenda desesperanza.


Y es que la danesa "Land of mine (Bajo la arena)" de Martin Zandvliet es un duro golpe al estómago. Su retrato de esos jóvenes soldados alemanes obligados a desactivar las minas enterradas en las playas por los nazis una vez finalizada la contienda, es devastador. Es totalmente lógica su nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa y el premio del público que obtuvo en el Festival de cine de Gijón.

El director cuenta con una crudeza extrema el calvario que sufrieron niños alemanes enviados a la guerra que perdieron su inocencia durante la batalla y más tarde la vida cuando el conflicto parecía finalizado. La pequeña muestra que Zandvliet enseña en la película nos empuja a recapacitar sobre la capacidad del ser humano para matar el dolor a través de la venganza y el rencor.


Como suele ser habitual las consecuencias las pagan los más débiles, en este caso, los jóvenes soldados que fueron empujados por su país para combatir en una guerra en la que jamás tuvieron la posibilidad de elegir. Durante meses y con la promesa de volver a casa cuando terminaran el trabajo, se jugaron la vida desactivando bombas. Prisioneros de guerra tratados como animales a los que ni la enfermedad ni el cansancio les libraba de su partida con la muerte diaria.

Roland Møller encarna al sargento Carls Rasmussen, encargado de vigilar y asegurar que los chicos alemanes completan la labor encomendada. Frío, recio, violento y cargado de deseos de vendetta, con el paso del tiempo irá conociendo el significado de empatizar y la fuerza de la compasión. El actor está simplemente brillante y no deberíamos descartar la posibilidad de haber compuesto al personaje en función de sus propias vivencias carcelarias ya que fue condenado en su juventud a más de cuatro años por diez condenas de asaltos.


Entre el resto de protagonistas, sorprende la capacidad de Louis Hoffman para interpretar a Sebastian, uno de los jóvenes alemanes que intenta entablar una buena relación con el sargento. El sufrimiento se refleja en su rostro como una cicatriz que jamás desaparecerá. Sobrevivir es el regalo de cada día y el espectador no puede evitar sentirse cerca de su personaje.

Aunque la película está basada en hechos reales, no fueron los propios daneses los que dirigieron estas actividades de desactivación sino que la responsabilidad recayó en las tropas británicas. Se dice que aún quedan más de 9.000 minas en las playas danesas.


El 10 de marzo se estrena en España un título de carácter antibélico que removerá no sólo el corazón de los espectadores, sino que incluso llegará a encajarse en sus propias entrañas. Estamos ante un ejercicio de cine con mayúsculas. Sólo podemos exclamar: Bravo!



José Daniel Díaz

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