jueves, 22 de noviembre de 2018

José Luis Cuerda recupera a los amanecentistas con "Tiempo Después" en el Festival de cine de Sevilla 2018

Si tenemos que destacar un protagonista de esta jornada, ése es José Luis Cuerda. Con "Tiempo después" nos vuelve a regalar ese humor surrealista y crítico que ya despertó "Amanece que no es poco".


Han completado el día las últimas propuestas de los reconocidos directores Laszlo Nemes con "Atardecer" y Abdellatif Kechiche con "Mektoub, My love : Canto uno" aunque las sensaciones no han sido muy positivas.


Qué mejor manera de iniciar este resumen que escribir sobre la última del maestro José Luis Cuerda. Yo me siento amanecentista, con esa película de culto de su filmografía "Amanece que no es poco". Treinta años  ha habido que esperar para la secuela "Tiempo después", producida por Buenafuente, Berto Romero y Arturo Valls. La esencia surrealista del director manchego nos lleva a un mundo en el que solo queda un edificio en pie, el edificio representativo y unas zonas propias de los suburbios. Corre el año 9177,  un futuro no muy lejano en que la humanidad está dividida en dos bandos, por un lado los que no tienen trabajo, los olvidados, por otro los capitalistas y entre ambos un desierto, del lado capitalista.

Todos los ámbitos de la sociedad que no de las clases sociales, porque en esta distopia solo existen dos estratos, los que tienen poder, -el rey el alcalde, la iglesia los militares, y los que no lo tienen que son el resto de los trabajadores que se reparten en distintas habitaciones según sus oficios. Impregnado todo de un surrealismo patrio que no deja títere con cabeza, con un reparto muy coral, con mas de 400 extras, Cuerda prefiere hablar de comedia a secas, porque considera que el surrealismo es imposible en el cine ya que supone actos automáticos sin justificación alguna y en el séptimo arte todo está planeado.


Un proyecto arriesgado, una fantasía futurista de crítica social muy ácida, transgresora, desconcertante, humor costumbrista, con esquemas humorísticos de viñetas audiovisuales, y ese poblado que cada amanecer se parece al día anterior es la mejor de las metáforas. Un generador de nuevo de frases míticas y un guión lleno de florituras literarias en el diálogo. Y el zumo de limón... me lo quedo.

Se agradece, y mucho, que dentro de la Sección Oficial proyecten un documental arriesgado, en el que no se pueda permanecer indiferente. La directora francesa Yolande Zauberman presentó una película cuyo título solo es una letra "M", un guiño al clásico de Fritz Lang, aquel vampiro de Dusseldorf que pasaba entre nosotros y llevaba sobre su espalda la marca imborrable de la culpa. "M" nos lleva al pueblo de Ben Brak (Tel Aviv), capital mundial de los hebreos ultraortodoxos, los haredi, con un microcosmo apartado del mundo, y al que es muy difícil acceder. Y nos adentra de la mano de Menahem Lang, crecido en el epicentro de la comunidad, víctima de abusos sexuales en su niñez denunciados a los medios de comunicación tras grabar la confesión de uno de sus agresores.


El gran mérito de la cineasta es el coraje de llegar hasta el fondo del asunto y no caer nunca durante el metraje en el sensacionalismo. Las conversaciones son a veces tiernas y cándidas, otras muy crueles. Se repiten reflexivos e insólitos testimonios incluso con contradicciones. Echo de menos el testimonio de mujeres que no aparecen o que están excluidas a conciencia. En el arranque utiliza el recurso de contraponer el blanco y negro al color. En una playa iluminada por las luces de la ciudad aparece un hombre en primer plano clavándonos la mirada, una mirada de las heridas no sanadas y del sentido de pertenencia revivido. Nos transmite un dolor insoportable. Un documental magníficamente conmovedor y ambiguo con una mirada ética y respetuosa.

La verdad que tenía mucho interés en ver "Atardecer", la última película de Laszlo Nemes después de la muy premiada "El hijo de Saúl" con Oscar a la mejor película de habla no inglesa incluída además de cuatro galardones en Cannes. La premisa es muy sencilla. En 1913 una joven llega al Budapest de la decadencia del imperio austrohúngaro y el inminente comienzo de la primera guerra mundial. Se desplaza para conocer sus orígenes en una sombrerería de sus padres destruída por un incendio y para buscar su hermano. La protagonista es Iris Leiter (Juli Jakab), que también intervino en la anterior película, sola y perdida en su mundo que intenta pero no consigue entender. 


Se asemeja a un cuento de misterio donde se invita al espectador a acompañar al personaje central, un rostro impenetrable, inexpresivo durante las casi dos horas y media de metraje. Laszlo nos intenta de nuevo vender la misma técnica de "El hijo de Saúl", es decir, filmada siguiendo con la cámara el rostro de la mujer, desde detrás, desde otros ángulos fijando siempre la atención en sus miradas perdidas y desvalida. Los fondos borrosos, un seguimiento en tercera persona en toda regla, secretamente sacudida por elipsis narrativas, y preguntándonos cómo demonios la protagonista había llegado a tal o cual escenario. Esa manera de rodar nos fatiga, nos cansa esa manera de querer sumergirnos en un mundo desconocido, donde el guion hace aguas, con tantos interrogantes abiertos, de enigmas familiares, cloacas de palacios, mascletas anarquistas y de personajes que entran y salen sin sentido, con una abrumadora y pretenciosa puesta en escena.

La parte final se va desmoronando como un castillo de naipes, no consigue enganchar al espectador y al revés, lo va distanciando cada vez más. Arruina estrepitosamente la historia si es que hay alguna que quiera contar. Es agotadora, asfixiante , desesperante. Una endiablada experiencia fílmica. Si algo bueno tiene es la fotografía que es bella, cálida y acogedora aunque más acogedor fue ver la luz al salir de la proyección en una Sevilla con un sol esplendido y respirar.

Acabamos en la Sección Oficial fuera de concurso (y una duración de 175 minutos) con "Mektoub, My love : Canto uno" del director ganador de la Palma de Oro de Cannes, por la "La vida de Adele" Abdellatif Kechiche. Es 1994 y Amin, aspirante a guionista y fotógrafo, pasa las vacaciones en su hogar, un pueblo de pescadores del sur de Francia al que vuelve después de vivir un año en París. Y solo hay dos escenarios, de la playa al bar y del bar a la playa. Con escena en una discoteca incluída rodada en prologandísimas escenas y que además combina en primer plano una foto fija de la juventud más festiva con cuerpos de gran belleza y una tensión sexual entre chicos sonrientes y felices sin preocupaciones por el día a día.


Un Amin sensible y enamoradizo que deambula por un mundo de flirteos interminables con vínculos muy fuerte con su familia. Eso sí, hay una abundancia de movimientos de cámara dirigidos a los traseros de las protagonistas en tono voyeur. El resultado es que, pese a sus innegables virtudes,  se ve lastrada por fallos de repeticiones de escenas y por un drama aparentemente más largo de lo que es por sus excesivos minutos. Carece de narrativa y emociones y se estanca en unos diálogos que no profundizan en nada. Se queda en lo superficial y el atisbo de moralismo que intenta. Amin al final es el típico pagafantas. 

Tendremos que esperar al siguiente canto de este proyecto, de esta catedral. Al fin y al cabo, de un culebrón veraniego que seguramente será una delicia para quien consiga entrar en un deleite visual carnal como las primeras escenas de la película. Yo me he quedado después del verano.

José Antonio Díaz
@Jose_A_Diaz_Do
Festival de Sevilla 2018

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